domingo, 13 de septiembre de 2009

Ciudades

Al volver ayer de Berlín, una de las ciudades que me parecen más fascinantes, leí lo que no podía ser mejor recapitulación de mi viaje: "Yo soy un ganapán de las ciudades. [...] Piso las baldosas y los adoquines y reconozco un aire de familia [...]. Todas son mías. Camino despacito, reconociendo lo desconocido y juego con los rostros, que por supuesto son ciudadanos. [...] Hay una evocación alucinada de algo que me pertenece y sin embargo no es mío. Calles y más calles. Esto es ciudad, y punto". Reflexiones de Benedetti en su obra "Vivir adrede" que hago mías, como muchas otras de una obra tan magnífica; perfecta lectura en el viaje de vuelta y colofón final a un día maravilloso en Berlín.

Ciudad inventada y reinventada por sí misma, donde los turistas somos invisibles, pues la ciudad tiene su esencia en sí. En otras ciudades, como París, me aturden las masas de turistas, pero en Berlín las ignoro, pues la ciudad es un regalo, pues no tiene pretensiones de ser bella, ni de ser romántica, ni de ser única. Berlín es Berlín: apabullante por su vida cultural y rasgada por su historia, que se palpa en cada rincón. Es una ciudad que tiene color, y a su lado muchas ciudades alemanas palidecen, y no ya por ser la capital, pues antes no lo era. Y sus gentes tienen un halo de estar a vuelta de todo.

El motivo de mi viaje fue la exposición sobre el estilo Bauhaus, conocido especialmente por sus obras arquitectónicas, pero cuyas expresiones se manifestaron también en otros campos, como en la pintura, decoración, diseño industrial o escenografía. Para mí se trata de la aportación alemana por excelencia al diseño moderno, y pienso que no es casual que surgiera en el período de entreguerras. Walter Gropius fundó la escuela en Weimar, que se trasladó después a Dessau. En ella impartieron sus enseñanzas nombres como Lyonel Feininger, Wassily Kandinsky o Paul Klee bajo la batuta de directores como Walter Gropius y Mies van der Rohe. Su último período, en Berlín, duró apenas un año, al ser en 1933 clausurada por los nazis. No se podía haber elegido mejor sitio para la exposición que el Martin Gropius-Bau, edificio realizado además por el tío abuelo de Walter Gropius, y situado al lado de lo que queda de los calabozos de la Gestapo, con una exposición permanente llamada "Topología del Terror". Así ha sido siempre Berlín: innovador y destructivo, y todo convive a la par, incluso hoy.

Siguiendo pateando sus calles en dirección a la Isla de los Museos, todavía de obras, como lleva Berlín en algún sitio u otro desde 1989, la ciudad muestra su lado "vendido". La Friedrichstraße, una de las calles emblemáticas de Berlín Este, se juntan todas las marcas de lujo y no se recuerda nada de su aspecto gris de antaño. El color a veces no es positivo. Sin embargo, en Oranienburg, el barrio alrededor de la restaurada sinagoga, barrio multikulti, en el que han surgido galerías de arte, restaurantes con comida de todo el mundo, cafés y comercios, se mantiene el aspecto berlinés, y por eso me gusta tanto. Pero me recuerda a otros barrios parecidos vistos en otras ciudades. Al fin y al cabo en todas se repite lo mismo, con las mismas manadas, todos urbanitas, como yo, que disfrutan de verse y reconocerse en todas ellas.

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